Luc Moullet, raro ejemplar de cineasta y crítico, autor de una legendaria frase: "La moral es una cuestión de travelling"

Existen los críticos para los que escribir se parece a abrir una puerta que lleva a una visión de la película (y del mundo) que no existía antes del texto, como Serge Daney. O que se sirven de la escritura a la manera de dardos certeros y envenenados, como Pauline Kael. O los que escriben metabolizando los vaivenes de la modernidad, como Manny Farber. Pero son muchos menos los críticos capaces de hacer jugar palabras, como Luc Moullet. Moullet, de 87 años, es el sobreviviente de un tiempo mítico: los 50, que trajo la revista Cahiers du Cinéma y la irrupción de las nuevas olas.
Como en todo lo demás, acá también hay que seguir a Oscar Wilde y sus máximas acerca del gran arte como resultado necesario de la gran crítica: imposible pensar la reinvención del cine que sobrevino en los 60 sin la explosión de revistas, textos y formas de ver y hablar de las películas de la década anterior. Una generación cinéfila confundió dos profesiones que hasta ese momento rara vez se tocaban: filmar y escribir sobre cine. En algún momento, esos críticos-cineastas se decantaron por lo segundo: Godard y Truffaut abandonaron la crítica para dedicarse completamente a la dirección. Pero Moullet, anacrónico, mantuvo los dos oficios: filmó una gran cantidad de películas que vio muy poca gente, como las increíbles Brigitte et Brigitte o Une aventure de Billy le Kid, y siguió escribiendo críticas con regularidad.
Una parte de la obra de Moullet se volvió accesible en castellano casi de golpe: en 2021, Serie Gong lanzó Política de los actores, y ahora Monte Hermoso recoge críticas de distintos períodos y medios en Notas selectas. De Griffith a Guiraudie, publicado en 2009 en Francia. La traducción de Cecilia Nuin, revisada por Quintín (a quien está dedicado el libro), es de una delicadeza notable, un sello de la editorial que cualquier lector podrá encontrar en los libros publicados sobre Olivier Assayas, Jonathan Rosenbaum y Manny Farber.
"Notas selectas", de Luc Moullet (Monte Hermoso ediciones, $33.500).
La organización de los textos no es cronológica sino temática. El ir y venir de los años y las décadas genera un efecto particular: en vez de seguir una trayectoria o alguna especie de evolución, el libro muestra a un crítico empeñado en sus ideas, en ciertas películas y directores, en una forma de entender la crítica. Moullet hace malabares con las palabras, acumula las ideas y las pone a dibujar argumentaciones alambicadas o las lanza hacia el remate de un chiste, todo con la misma gracia. Muchos textos incluyen un breve prefacio del autor.
En uno de ellos Moullet recuerda que una vez Rohmer le explicó que le gustaba el cine de Buñuel porque, en el fondo, los dos eran unos payasos. Imposible no encontrar en las críticas de Moullet los trazos clownescos de las piruetas, de las pruebas de destreza física o de las burlas lanzadas contra sí mismo (una gentileza difícil de encontrar en otros críticos). Esa vocación circense impregna el sistema de ideas de Moullet y le permite, por ejemplo, imaginar taxonomías alucinadas, como cuando organiza la producción de los directores de todo el mundo según su signo zodiacal o, más extraordinario, por las regiones francesas (sobre los oriundos del norte, como Julien Duvivier, asegura: “la difícil realidad social de la zona los ha orientado hacia un naturalismo perezoso”).
Moullet analiza todo con el mismo cuidado: la mirada obsesiva es el principal insumo de sus textos, no importa si trata de una película o de un informe sobre el circuito cinematográfico francés (“en salas de cine exclusivas, un empleado te cortará la entrada que la acomodadora volverá a cortar. Absolutamente inútil, está ahí para quedar bien, para hacerte creer que estás entrando en un teatro o una ópera”).
Film "Brigitte y Brigitte", de Luc Moullet.
El detallismo y la agilidad del humor son detectores de rasgos autorales poco o mal señalados (las paradojas del cine de Truffaut: a Doinel lo capturan cuando devuelve la máquina de escribir), o ayudan a rebatir lugares comunes cristalizados (contra la supuesta misantropía y el anticlericalismo atribuidos siempre a Buñuel, Moullet responde que el español trata a sus personajes con respeto y “con humildad casi cristiana”). A Moullet todo parece salirle mejor en las notas breves o medianas antes que en los ensayos largos: la extensión tiende a recostar su escritura sobre formulaciones conceptuales que minan el ritmo de las críticas más cortas (el único pecado que se le puede atribuir a Política de los actores)
Un texto legendario sobre Samuel Fuller incluye la frase que lo volvió casi famoso, la de que la moral es una cuestión de travelling, conocida primero en la inversión realizada por Godard (en el prefacio, Moullet se sincera: “Nótese que una pequeña frase de este artículo ha contribuido más a mi reputación que la mayoría de mis textos”). El retrato de Fuller como un salvaje que filma en bruto, “con los pies”, sin transformar el cine en vehículo de tráfico intelectual, condensa la capacidad asombrosa para el análisis y para la intervención polémica. Si se cree que la crítica es un arte en vías de extinción, los viejos textos de Moullet, lúdicos, luminosos, seguramente confirmen las sospechas.
Clarin